martes, 8 de marzo de 2011

Día Internacional de la Mujer

No puedo dejar pasar el día de la mujer sin detenerme a valorar lo que ellas significan para mí. Claro está a la mujer como tal la conozco a través de mis relaciones con ellas, y creo que el verdadero aprecio viene de la experiencia de primera mano.  Digo esto por cuanto la historia está llena de innumerables relatos de mujeres realmente extraordinarias, pero nada se compara a la experiencia del toque de una mujer en tu alma.  Así pues, dos mujeres me han ayudado a entender que Dios nos hizo un regalo de un valor tan grande que nadie podría pagar: la primera fue mi madre y la segunda es mi esposa.
Hoy quiero honrar a ambas con la letra de una canción que captura lo que mi experiencia con ellas ha significado, y creo que muchos de ustedes coincidirán en que ese poder de la mujer descrito en la canción es una realidad.  A mi madre, que en paz descanse, y a mi esposa, que sin ella estaría perdido.

La Quiero a Morir
Francis Cabrel

Y yo que hasta ayer solo fui un holgazán
Hoy soy el guardián de sus sueños de amor
La quiero a morir

Podéis destrozar todo aquello que veis
Porque ella de un soplo lo vuelve a crear
Como si nada, como si nada
La quiero a morir

Ella borra las horas de cada reloj
Me enseña a pintar transparente el dolor
Con su sonrisa
Y levanta una torre desde el cielo hasta aquí
Y me cose unas alas y me ayuda a subir
A toda prisa, a toda prisa
La quiero a morir

Conoce bien cada guerra
Cada herida, cada sed
Conoce bien cada guerra
De la vida y del amor también

Me dibuja un paisaje y me lo hace vivir
De un bosque de lápices se apodera de mí
La quiero a morir

Y me atrapa en un lazo que no aprieta jamás
Como un hilo de seda que no puedo soltar
No quiero soltar, no quiero soltar
La quiero a morir

Cuando trepo a sus ojos me enfrento al mar
Dos espejos de agua encerrada en cristal
La quiero a morir
Solo puedo sentarme, solo puedo charlar
solo puedo enredarme, solo puedo aceptar
Ser sólo suyo, sólo suyo
La quiero a morir

Conoce bien cada guerra
Cada herida, cada sed
Conoce bien cada guerra
De la vida y del amor también

Y yo que hasta ayer solo fui un holgazán
Hoy soy el guardián de sus sueños de amor
La quiero a morir
Podéis destrozar todo aquello que veis
Porque ella de un soplo lo vuelve a crear
Como si nada, como si nada
La quiero a morir


Esta última estrofa me recuerda a Dios en el momento de la creación, pues con un soplo de su aliento inspira vida, no solo en el ser humano, sino en toda la creación.  Creo que el hombre comete el error de pensar en Dios como un ser masculino, cuando lo cierto es, que si se pareciera a algo de esta creación, ese algo seria la mujer.  Vamos, seamos valientes y admitámoslo, nos falta mucho por aprender de ellas.

Jose Soto

domingo, 16 de enero de 2011

Comunión y perspectiva


El domingo pasado tuvimos la oportunidad de escuchar un buen sermón de parte de nuestra pastora, basado en el versículo 10 del capítulo 4 de 1 Crónicas: “Invocó Jabes al Dios de Israel diciendo: «Te ruego que me des tu bendición, que ensanches mi territorio, que tu mano esté conmigo y que me libres del mal, para que no me dañe». Y le otorgó Dios lo que pidió”.
Me impacto tanto que he estado meditando y haciendo mía la oración todos estos días.  Sin embargo, hay una frase en esta petición que me ha inquietado: que me libres del mal, para que no me dañe.  Y le otorgo Dios lo que pidió.
Qué significa esto, acaso significa que Jabes nunca, nunca, experimento estrés, sufrimiento, problemas de relaciones, problemas financieros, traición de parte de amigos o seres queridos, dolores de cabeza con sus hijos, enfermedades…  Bueno el texto no nos dice nada más acerca de Jabes como para decir categóricamente que así fue o no fue.
Lo cierto es que la Biblia está plagada de ejemplos de grandes siervos de Dios, de hombres que gozaron de la presencia de Dios, de personas que agradaron a Dios, pero que de igual manera tuvieron su cuota de cosas malas.  A esto podemos sumar nuestra propia experiencia: a pesar de amar a Dios y entregarle nuestra vida, tenemos paralelamente a la bendición, también el sufrimiento. (Véase Lamentaciones 3.1-24)
Es por eso que pienso que esa frase, librarse del mal, significa que este no dañara mi fe, mi convicción, ni mi relación con Dios.  No significa que estaré exento de dolor y sufrimiento.
El pasaje tampoco nos dice cómo opera esto en el día a día de nuestras vidas… cómo nos libramos del mal para que no nos dañe… para que no dañe nuestra fe y relación con Dios.
Estoy convencido que esto solo es posible a través de la comunión con Dios.  Comunión con Dios significa convivir con Dios, y sabemos que gran parte del convivir con alguien comprende el diálogo, la conversación.  Es en esta comunión o conversación en donde yo le encuentro sentido al concepto de adoración.  La adoración tal como la entiendo no es un acto en el que me desconecto de mi todo lo que acompaña mi ser, mi estar, para dedicarme a cantar un himno o corito, leer algo de la Biblia, orar y ofrendar, ya sea en culto o en lo privado. 
La adoración es un acto en el que me acerco a Dios, con todo lo que soy y estoy viviendo, para reconocer que solo El tiene la respuesta que busco.  Voy a Dios para tener comunión con El, sin ocultar todo lo que soy, lo que pienso, lo que me aterra, lo que me hace feliz, lo que me preocupa, lo que me frustra, lo que no entiendo de su proceder, de sus designios, de su voluntad.
En esta comunión hago uso de la oración no como un medio para la petición, sino para la comunión.  Es esta clase de comunión la que pone en correcta perspectiva todas las cosas, y me da las fuerzas para seguir creyendo a pesar de todo aquello que mis sentidos capturan como la verdad.
En Isaías 6, encuentro un maravilloso ejemplo de lo que significa esta adoración.
El profeta parte de su difícil situación y busca a Dios en adoración, si vemos con cuidado el profeta no ingresa al templo y hace una oración, no pide nada.  Creo que mayormente el profeta ingresa al templo en busca de comunión con Dios, porque sabe que en ella encontrara el confort o las respuestas que busca.
La muerte (742-736 AC) del rey Uzias (792-742 AC) trajo mucho estrés a la vida de Isaías y del pueblo en general. Durante este reinado habían gozado de relativa paz, pero la muerte del rey no pudo haber llegado en peor momento, puesto que las naciones enemigas amenazaban con atacar.
Cuáles serian los sentimientos de Isaías y del pueblo:  el rey ha muerto, estamos solos, desprotegidos, el caos reinará, el futuro es incierto.  Pero luego de estar en comunión con Dios, la perspectiva de Isaías cambia, y cambia porque ahora obtiene la perspectiva del mismo Dios:
1. Dios no ha claudicado al trono, El sigue sentado en él, y el alcance de su reinado es infinito, lo alcanza todo (v.1).  Muy a menudo olvidamos quién está a cargo, en control de todo cuanto pasa en el universo.  Las grandes tragedias de este mundo nos hacen dudar del reinado de Dios, sin embargo, él no ha dejado este mundo a la deriva, sino que lo lleva a sus destino, al destino de su designio.
2. Dios es santo (se usa el superlativo hebreo repitiendo la palabra santo tres veces), Dios es Santísimo.  Dios es incorruptible, hará lo que es justo siempre, no hay en El sombra de injusticia, de maldad.  Su gran santidad nos indica que es bueno en todo momento y aun más.  Todo cuanto El hace o deja de hacer tiene un propósito bondadoso.  Y su bondad cubre toda la tierra (v.3).  Por lo general, en tiempo de crisis, lo primero que hacemos es dudar de la bondad de Dios.
3. Ante este Dios, tengo que admitir que soy pecador, que no llego a compararme con él en justicia y bondad, y que merezco la muerte. Nada me califica para confrontar a Dios con preguntas a cerca de su bondad y justicia, y mucho menos para exigir que mis caprichos sean concedidos.
4. El mismo hecho de que pueda presentarme ante Dios y tener comunión, me dice que esto es solo posible por su gracia y bondad que encuentro salvación y purificación (v.6).
5. No puedo entrar en comunión ignorando que Dios es Dios de toda criatura y que tiene un propósito de amor para todos. Que fui purificado y salvado para cumplir una misión, por más extraña que esta parezca, y por más fracasada que luzca ante el mundo (vv.8-10)
6. Tener comunión con un Dios eterno, me recuerda que no tengo control sobre el tiempo, sobre la duración de mi vida ni de mi misión en este mundo (v.11). El tiempo es una invención humana, para Dios no hay tiempo, pues El es eterno.  Lo único que interesa es que llevará sus planes a feliz término.
Y así, con la correcta perspectiva de todas las cosas restaurada, volvemos a enfrentarnos a la vida en el día a día, llenos de nuevas fuerzas para continuar creyendo a pesar de todo.
No sé, ninguno de nosotros lo sabe, cómo resultará el año 2011: será un buen año o un mal año.  No me gusta esta categorización, pues el tiempo no es malo o bueno en sí mismo, todo depende de cómo lo midas, todo depende de la perspectiva: todos los días están llenos de nuevas oportunidades, y la inmensurable misericordia de Dios es nueva cada día (Lam 3.23).
Pero ciertamente hablamos de años malos y buenos, de vacas flacas y gordas.  No podemos saberlo, no está en nuestras manos.  Lo que sí podemos hacer, es vivir cada día, y vivir cada día en comunión permanente con Dios para encontrar allí la fuerza para continuar.
Deseo dejarles con una oración que se convirtió en mi oración cotidiana durante la última parte del 2009 y la mayor parte del 2010, y de cuando en cuando la vuelvo a repetir, la vuelvo a hacer mía.  Se la comparto por si pudiera ella ayudarles a poner palabras en sus labios en momentos en los que, en oración, ya no sabes ni qué decir.  Es una oración que recoge, a mi parecer, los conceptos de una oración que te ayuda a refrescar la perspectiva.  La oración la escribió el teólogo estadounidense Reinhold Niebhur, y la primera parte de ella fue tomada prestada por el programa de los Alcohólicos Anónimos, y erróneamente atribuida a San Francisco de Asís.
Dios, concédeme la serenidad
para aceptar las cosas que no puedo cambiar,

el valor para cambiar las cosas que puedo cambiar

y la sabiduría para conocer la diferencia;

viviendo un día a la vez,
disfrutando un momento a la vez;

aceptando las adversidades como un camino hacia la paz;

aceptando, como lo hiciste tú,
a este mundo pecador tal y como es,
y no como me gustaría que fuera;

creyendo que Tú harás que todas las cosas estén bien
si yo me entrego a Tu voluntad;
de modo que pueda ser
razonablemente feliz en esta vida
e increíblemente feliz Contigo en la siguiente.

Amén.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

¡UBÍCATE!


¡UBÍCATE!
A través de la Oración
Salmo 46.10

Introducción

Con mucha facilidad reconocemos que la oración es una de las disciplinas más importantes para todo creyente, pero la realidad nos muestra que este no es un valor, pues no practicamos la oración como si nuestra vida dependiera de ello.  Algunos quizás reconozcan con valentía que no están orando, otros dirían que oran 5 minutos todos los días, además de las oraciones convencionales antes de comer.  Cuando alguien nos dice que acostumbra orar de media a una hora todos los días, reaccionamos con asombro y hasta con envidia.
¿Por qué nos cuesta orar?  A lo mejor te preguntas, “y… ¿para qué orar?”   A lo mejor piensas, “he orado mucho y no he recibido respuesta”.
Pienso que mucha de la frustración que el hábito de orar puede producirnos se debe en gran parte a una mala concepción de la disciplina de orar.   Sinónimo de orar es pedir, rogar, alabar, suplicar…  Casi el 80% de los cristianos identifican la oración con pedir.
Quizás debamos preguntarnos ¿cuál fue la intención de Dios cuando nos invitó a orar?
Quiero compartir con ustedes algunas ideas que me han ayudado a mí en lo personal a entender el papel de la oración en mi vida; ideas que he tomado del libro de Philip Yancey, La Oración: ¿hace alguna diferencia? , y a las cuales sirvieron de inspiración para este sermón.

I. LA PÉRDIDA DEL ENFOQUE. Gn 3
En Gen 3 podemos encontrar la respuesta del por qué nos cuesta tanto orar.  Dirá usted, “¡claro, la entrada del pecado es la causa!”.  Sí, es cierto, pero no me refiero a los pecados cometidos según esa lista negra que manejamos en las iglesias.  Me refiero al pecado de suplantar a Dios.  Allí perdimos el enfoque: creímos que podemos ser dioses, que podemos administrar nuestra propia vida de manera independiente.  Veamos el texto.
1 La serpiente era más astuta que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho, y dijo a la mujer:
—¿Conque Dios os ha dicho: “No comáis de ningún árbol del huerto”?
2 La mujer respondió a la serpiente:
—Del fruto de los árboles del huerto podemos comer, 3 pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: “No comeréis de él, ni lo tocaréis, para que no muráis”.
4 Entonces la serpiente dijo a la mujer:
—No moriréis. 5 Pero Dios sabe que el día que comáis de él serán abiertos vuestros ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y el mal.
Dios era Dios, y nosotros éramos su creación: seres humanos.  No teníamos nada de qué preocuparnos, él estaba a cargo de todo.  Dios venía y dialogaba con nosotros como un amigo.  Conversábamos con él y participábamos de la visión que él tiene del mundo, del universo, de las relaciones.  Pero decidimos rechazar la autoridad de Dios, y nos independizamos y pensamos que podíamos jugar el papel de Dios.  ¿Por qué se pierde el enfoque?  Porque en vez de dialogar con Dios, comenzamos a dialogar con la Serpiente.  Y han pasado siglos de diálogo destructor, deformador de la visión… un diálogo que nos ha producido no sólo miopía, sino también astigmatismo espiritual.  Llevamos siglos viendo las cosas distorsionadas, viéndonos a nosotros mismos de manera distorsionada. En el mismo diálogo de Eva con la serpiente comenzamos a ver distorsión: Dios nunca dijo que aquel árbol no debía ni ser tocado.  Llevamos siglos hablando con la serpiente, y Dios ya nos resulta extraño.  Ya no vemos como Dios ve, sino como la Serpiente ve: lo importante es el placer, el poder y la riqueza.
Es interesante notar que una de las quejas más comunes de quienes intentan la disciplina de la oración suele ser el que a Dios no se le ve, no se le siente, no se le oye.  ¿Alguna vez has visto a Satanás?, ¿has oído su voz? o ¿sentido su presencia?  Sin embargo, dialogamos con él y su sistema todos los días; mucho más de lo que hacemos con Dios.


II. ¿CÓMO RESTAURAR EL ENFOQUE? Sal 46
En el Salmo 46 encontramos lo que Yancey denomina dos importantes órdenes para restaurar el enfoque: quietud y conocimiento.  Este es un Salmo que, acorde con la manera occidental de procesar el pensamiento, debería comenzar con el verso 10; es muy fácil leer los versos anteriores y luego pasar desapercibido el 10:
«Estad quietos y conoced que yo soy Dios;
seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra».
QUIETUD
Significa dejar de hacer; reposar; tomarse unas vacaciones.  Qué difícil resulta para muchas personas en el mundo de hoy, estarse quieto. No hacer nada.   ¿Cómo era la vida de Adán y Eva en el paraíso?  ¿Cuáles sería sus preocupaciones cotidianas? (Si es que las tuvieran.) ¿Vivirían el corre corre frenético que hoy experimentan muchos? Que difícil se ha vuelto para nosotros hoy experimentar la quietud… dejar de hacer.  Si cerramos los ojos y tratamos de medir un minuto con nuestro reloj interno, por lo general abrimos los ojos pensando que ya hemos rebasado la unidad, y con sorpresa descubrimos que no han pasado ni 30 segundos.
CONOCER
El conocimiento es difícil de alcanzar, sin embargo, nos gusta pensar que lo sabemos todo.  La verdadera sabiduría viene de Dios. Conocer a Dios es conocerlo todo.  Para restaurar el enfoque de todas las cosas es necesario estarse quieto y conocer a Dios; sólo así tomas conciencia de otro mundo, y te concentras en SER, más que en HACER.
Una vez que logras estar quieto y conocer a Dios, todo cobra una nueva dimensión. Analicemos ahora el resto del Salmo:
            Quién es Dios?
1 Dios es nuestro amparo y fortaleza,
nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.
2 Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida
y se traspasen los montes al corazón del mar;
3 aunque bramen y se turben sus aguas,
y tiemblen los montes a causa de su braveza.

Llegamos al conocimiento de que Dios es apoyo, fuerza y socorro oportuno.  No desaparecen las dificultades, pero sí el temor.

            Conciencia de otro mundo

4 Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios,
el santuario de las moradas del Altísimo.
5 Dios está en medio de ella; no será conmovida.
Dios la ayudará al clarear la mañana.
6 Bramaron las naciones, titubearon los reinos;
dio él su voz y se derritió la tierra.
7 ¡Jehová de los ejércitos está con nosotros!
¡Nuestro refugio es el Dios de Jacob!

Se toma conciencia de la realidad de otra ciudad, otra realidad, la cual sí es inconmovible (en contraste una tierra que puede ser removida, v.2). Nuestra ciudadanía está allí.

            Ver como él ve
8 Venid, ved las obras de Jehová,
que ha hecho portentos en la tierra,
9 que hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra,
que quiebra el arco, corta la lanza
y quema los carros en el fuego.

Dios nos invita: venid.  Nos invita a cambiar de posición, a reubicarnos, para que desde esa nueva ubicación seamos capaces de ver sus obras… ver lo que él ve.

10 «Estad quietos y conoced que yo soy Dios;
seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra».

11 ¡Jehová de los ejércitos está con nosotros!
¡Nuestro refugio es el Dios de Jacob!
Esa invitación al cambio de posición, encuentra su materialización a través de la oración.
III. LA ORACIÓN COMO POSICIONAMIENTO. Sal 8
La oración es el espacio que te permite volver a ocupar el lugar que te corresponde.  Desde ese lugar todo se re-enfoca.  La oración te sube a la montaña para que te veas desde allí y puedas darte cuenta de cuán pequeño eres; luego te baja y te hace levantar la mirada hacia el cosmos, para que desde allí puedas contemplar la grandeza de tu Dios.

3 Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que tú formaste,
4 digo: «¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria,
y el hijo del hombre para que lo visites?».
9 ¡Jehová, Señor nuestro,
cuán grande es tu nombre en toda la tierra!
Salmo 8

Cuando el salmista logra, a través de la contemplación (oración, diálogo con Dios sin palabras), reubicarse y obtener así una correcta perspectiva de sí mismo («¿Qué es el hombre…?»), expresa luego una correcta visión de todas las cosas: «cuán grande es tu nombre en toda la tierra».  Comenzó viendo los cielos, y terminó viendo a Dios en la tierra.  Dios ha escrito, con letras muy grandes, su nombre en la tierra; es sólo que no podemos ver… la oración nos permite posicionarnos en un mejor lugar de observación.
Pero la condición ineludible para llegar a ese lugar es la quietud y el conocimiento.
Quedarse quieto, dejar de ser Dios, para dejarlo a él ser Dios.  Abandonar la idea de que tú puedes hacerlo todo, conocerlo todo, solucionarlo todo.  Y para dejar que Dios sea Dios, debes bajarte de tu trono y renunciar a ese mundo irreal que te has construido.
Conocer a Dios; o más bien, re-conocer a Dios, volverlo a conocer, recobrar la memoria perdida en el Edén hace miles de años.  Entonces recordaremos quién es él, y quiénes somos nosotros.  Tendremos claro hacia dónde vamos y con quién estamos.  Esa conciencia la tenían Pablo y Jesús.  Cuando las circunstancias contradicen la verdad del Salmo 46.10: seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra, se hace difícil creer. Pero si acudes a la oración, te re-enfocarás.
 Pablo y Silas en la cárcel de Filipos
22 Entonces se agolpó el pueblo contra ellos; y los magistrados, rasgándoles las ropas, ordenaron azotarlos con varas. 23 Después de haberlos azotado mucho, los echaron en la cárcel, mandando al carcelero que los guardara con seguridad. 24 El cual, al recibir esta orden, los metió en el calabozo de más adentro y les aseguró los pies en el cepo.
25 Pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios; y los presos los oían. 26 Entonces sobrevino de repente un gran terremoto, de tal manera que los cimientos de la cárcel se sacudían; y al instante se abrieron todas las puertas, y las cadenas de todos se soltaron.
Hechos 16.22-26
¿Qué clase de oración sería esa? ¿Podían Pablo y Silas, en la oscura, húmeda y maloliente celda, desde su incómoda posición, ver las la «luna y las estrellas» del salmo 8?  ¿Qué veían, olían, sentían en ese momento?  ¿Cómo es que logran cantar desde esa posición?  La oración obró ese milagro.  A través de ella tomaron conciencia de otro lugar, de otra realidad, de otra condición, la cual no les podía ser arrebatada; sus pies estaban inmovilizados por el cepo, pero no así su ser interno, el cual era libre para transportarse a la realidad última: son salvos en Cristo, tienen vida eterna, hay gozo.
Veamos el otro ejemplo, el de Jesús ante Pilatos
7 Los judíos le respondieron:
—Nosotros tenemos una ley y, según nuestra ley, debe morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios.
8 Cuando Pilato oyó decir esto, tuvo más miedo. 9 Entró otra vez en el pretorio, y dijo a Jesús:
—¿De dónde eres tú?
Pero Jesús no le respondió. 10 Entonces le dijo Pilato:
—¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte y autoridad para soltarte?
11 Respondió Jesús:
—Ninguna autoridad tendrías contra mí si no te fuera dada de arriba; por tanto, el que a ti me ha entregado, mayor pecado tiene.
Juan 19.7-11

Conciencia de otro mundo… de otra realidad... de la verdad. Fíjense, lo que estaba en entre dicho era quién dice Jesús que es él; sin embargo, la pregunta de Pilato es: ¿de dónde eres tú?  Jesús ya había respondido a esa pregunta en el interrogatorio: «mi reino no es de este mundo» (Juan 18.36).   De donde viene Jesús, nadie más da las órdenes que el mismo Dios; la única autoridad que Jesús reconoce es la de su Padre; aún cuando Pilatos da la orden de crucificarlo.  Pueden macerar su cuerpo, pueden colgarlo de una cruz, pueden matarle… lo que no pueden matar es su espíritu, su realidad última: es el Hijo de Dios, Rey del Universo.

CONCLUSIÓN
¿Cómo lo logro?
1. Cambia tu manera de ver la oración.  Acude a ella como esa valiosa oportunidad de comunión con Dios que te permitirá re-enfocarte.  Tomar una nueva posición desde la cual todo se verá diferente.
…la oración se ha vuelto para mí mucho más que una lista de compras que demandar de Dios, se ha vuelto una reordenación de todo. Yo oro para restaurar la verdad del universo, para obtener un pequeño vistazo del mundo, y de mí, a través de los ojos de Dios.  
La oración es el acto de ver la realidad desde el punto de vista de Dios.
Philip Yancey, Prayer: Does It Make Any Difference?, p. 29, Zondervan
2. Haz un alto, quédate quieto… admite tus fracasos, tus debilidades y tus limitaciones. Suelta las cosas.
3. Bájate del trono. Ríndete. Has estado ocupando un lugar que no te corresponde. Re-conoce a Dios; déjalo ser Dios.
Resultados
1. Esa oración restaurará la verdad del universo, nos traerá a la memoria una realidad contradicha por las circunstancias.  Jesús dijo: “Yo soy la verdad” (Juan 14.6).  La verdad es una persona, es Jesús.  Y cuando Jesús está en medio todo cambia.  En el episodio de Jesús y sus discípulos en una barca que está a punto de naufragar a causa de la tempestad, la verdad está dormida plácidamente.  Las circunstancias son precarias… hay miedo…  —¡Maestro!, ¿no tienes cuidado que perecemos? Él, levantándose, reprendió al viento y dijo al mar: —¡Calla, enmudece! Entonces cesó el viento y sobrevino una gran calma”.  (Marcos 4.35-41)

2. Esa oración te recordará quién eres y hacia dónde vas. Conciencia de otro mundo:
Respondió Jesús [a Pilatos]:
—Mi Reino no es de este mundo; si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí.
Juan 18.36


Rev. José A. Soto

lunes, 6 de diciembre de 2010

Simonía ¿Secta antigua?


Simonía
¿Secta antigua?

Todos conocemos el famoso pasaje de Hechos 8.4-25, en donde se relata la "conversión" de Simón el mago. Simón era un comerciante, pero no uno cualquiera, sino uno que comerciaba con el producto más delicado a los ojos de Dios: el alma humana. Simón engañaba a la gente con su magia para hacerla creer que él era alguien de importancia en el reino de Dios. Simón no hacía acepción de personas; dirigía su campaña de mercadotecnia a todos los grupos: "desde el más pequeño hasta el más grande" (v.10). El impacto de su campaña era tan fuerte que llegó a ser conocido como "el gran poder de Dios".  Simón hacía todo esto con un solo propósito: enriquecerse a costa de la ingenuidad de ciertas personas. A este maligno propósito se le llegó a conocer como simonía.

Lastimosamente no estamos hablando de una secta antigua, sino de una secta que ha perdurado a lo largo del tiempo bajo muy diferentes disfraces. Hoy día la secta está más fuerte que nunca. Pero lo más preocupante es constatar que el pueblo de Dios sigue siendo ingenuo, y sigue llamando "gran poder de Dios" a lo que en realidad es el gran poder de Satán. Simón se ha multiplicado por miles, y son muchos los que permanecen atentos (vv.10,11) a todos sus mensajes.

Seguimos teniendo magos que con sus artes mágicas engañan a muchos y por mucho tiempo (v.11). Le hacen creer a la gente que son ”alguien importante" cambiando de cuando en cuando sus nombres; van mudando de "siervos" a "pastores", de "pastores" a "profetas", a "apóstoles", a "ungidos"... y así hasta hacerle creer a todos que son "el gran poder de Dios".

Cuando Simón vio lo que hacían los apóstoles, su espíritu mercantilista se despertó. Si con magia lograba engañar a todos, qué no haría si tuviera el don del Espíritu Santo. Simón no quería el Espíritu Santo para convertirse en siervo útil en las manos de Dios, sino para vender su "presencia" entre la gente.

Los simonistas de ahora siguen el mismo patrón, sin embargo, la multitud no se da cuenta; al contrario son más ingenuos que nunca. "El gran poder de Dios" y la manifestación del "Espíritu Santo" se les vende a cambio de una módica suma semanal, quincenal o mensual, pero no son capaces de discernir el espíritu mercantilista. No son capaces de recordar que la salvación y todos los dones y favores que Dios ofrece a su pueblo son de gratis: «Sanen también a los enfermos. Devuélvanles la vida a los muertos. Sanen a los leprosos, y expulsen demonios de la gente. ¡No cobren nada por hacerlo, pues el poder que Dios les dio a ustedes no les costó nada! Tampoco lleven dinero ni provisiones para el camino. No lleven bastón ni zapatos de repuesto ni ropa para cambiarse. Porque todo trabajador tiene derecho a su comida» (Mateo 10.8-10, TLA).

Se me revuelven mis entrañas cuando veo y oigo a los simonistas de nuestra era, por eso uno mi voz a la del apóstol Pedro, y al simonista descarado le digo: «¡Vete al infierno con todo y tu dinero! ¡Lo que Dios da como regalo, no se compra con dinero! Tú no tienes parte con nosotros, pues bien sabe Dios que tus intenciones no son buenas» (vv.20-21, TLA).