miércoles, 29 de diciembre de 2010

¡UBÍCATE!


¡UBÍCATE!
A través de la Oración
Salmo 46.10

Introducción

Con mucha facilidad reconocemos que la oración es una de las disciplinas más importantes para todo creyente, pero la realidad nos muestra que este no es un valor, pues no practicamos la oración como si nuestra vida dependiera de ello.  Algunos quizás reconozcan con valentía que no están orando, otros dirían que oran 5 minutos todos los días, además de las oraciones convencionales antes de comer.  Cuando alguien nos dice que acostumbra orar de media a una hora todos los días, reaccionamos con asombro y hasta con envidia.
¿Por qué nos cuesta orar?  A lo mejor te preguntas, “y… ¿para qué orar?”   A lo mejor piensas, “he orado mucho y no he recibido respuesta”.
Pienso que mucha de la frustración que el hábito de orar puede producirnos se debe en gran parte a una mala concepción de la disciplina de orar.   Sinónimo de orar es pedir, rogar, alabar, suplicar…  Casi el 80% de los cristianos identifican la oración con pedir.
Quizás debamos preguntarnos ¿cuál fue la intención de Dios cuando nos invitó a orar?
Quiero compartir con ustedes algunas ideas que me han ayudado a mí en lo personal a entender el papel de la oración en mi vida; ideas que he tomado del libro de Philip Yancey, La Oración: ¿hace alguna diferencia? , y a las cuales sirvieron de inspiración para este sermón.

I. LA PÉRDIDA DEL ENFOQUE. Gn 3
En Gen 3 podemos encontrar la respuesta del por qué nos cuesta tanto orar.  Dirá usted, “¡claro, la entrada del pecado es la causa!”.  Sí, es cierto, pero no me refiero a los pecados cometidos según esa lista negra que manejamos en las iglesias.  Me refiero al pecado de suplantar a Dios.  Allí perdimos el enfoque: creímos que podemos ser dioses, que podemos administrar nuestra propia vida de manera independiente.  Veamos el texto.
1 La serpiente era más astuta que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho, y dijo a la mujer:
—¿Conque Dios os ha dicho: “No comáis de ningún árbol del huerto”?
2 La mujer respondió a la serpiente:
—Del fruto de los árboles del huerto podemos comer, 3 pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: “No comeréis de él, ni lo tocaréis, para que no muráis”.
4 Entonces la serpiente dijo a la mujer:
—No moriréis. 5 Pero Dios sabe que el día que comáis de él serán abiertos vuestros ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y el mal.
Dios era Dios, y nosotros éramos su creación: seres humanos.  No teníamos nada de qué preocuparnos, él estaba a cargo de todo.  Dios venía y dialogaba con nosotros como un amigo.  Conversábamos con él y participábamos de la visión que él tiene del mundo, del universo, de las relaciones.  Pero decidimos rechazar la autoridad de Dios, y nos independizamos y pensamos que podíamos jugar el papel de Dios.  ¿Por qué se pierde el enfoque?  Porque en vez de dialogar con Dios, comenzamos a dialogar con la Serpiente.  Y han pasado siglos de diálogo destructor, deformador de la visión… un diálogo que nos ha producido no sólo miopía, sino también astigmatismo espiritual.  Llevamos siglos viendo las cosas distorsionadas, viéndonos a nosotros mismos de manera distorsionada. En el mismo diálogo de Eva con la serpiente comenzamos a ver distorsión: Dios nunca dijo que aquel árbol no debía ni ser tocado.  Llevamos siglos hablando con la serpiente, y Dios ya nos resulta extraño.  Ya no vemos como Dios ve, sino como la Serpiente ve: lo importante es el placer, el poder y la riqueza.
Es interesante notar que una de las quejas más comunes de quienes intentan la disciplina de la oración suele ser el que a Dios no se le ve, no se le siente, no se le oye.  ¿Alguna vez has visto a Satanás?, ¿has oído su voz? o ¿sentido su presencia?  Sin embargo, dialogamos con él y su sistema todos los días; mucho más de lo que hacemos con Dios.


II. ¿CÓMO RESTAURAR EL ENFOQUE? Sal 46
En el Salmo 46 encontramos lo que Yancey denomina dos importantes órdenes para restaurar el enfoque: quietud y conocimiento.  Este es un Salmo que, acorde con la manera occidental de procesar el pensamiento, debería comenzar con el verso 10; es muy fácil leer los versos anteriores y luego pasar desapercibido el 10:
«Estad quietos y conoced que yo soy Dios;
seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra».
QUIETUD
Significa dejar de hacer; reposar; tomarse unas vacaciones.  Qué difícil resulta para muchas personas en el mundo de hoy, estarse quieto. No hacer nada.   ¿Cómo era la vida de Adán y Eva en el paraíso?  ¿Cuáles sería sus preocupaciones cotidianas? (Si es que las tuvieran.) ¿Vivirían el corre corre frenético que hoy experimentan muchos? Que difícil se ha vuelto para nosotros hoy experimentar la quietud… dejar de hacer.  Si cerramos los ojos y tratamos de medir un minuto con nuestro reloj interno, por lo general abrimos los ojos pensando que ya hemos rebasado la unidad, y con sorpresa descubrimos que no han pasado ni 30 segundos.
CONOCER
El conocimiento es difícil de alcanzar, sin embargo, nos gusta pensar que lo sabemos todo.  La verdadera sabiduría viene de Dios. Conocer a Dios es conocerlo todo.  Para restaurar el enfoque de todas las cosas es necesario estarse quieto y conocer a Dios; sólo así tomas conciencia de otro mundo, y te concentras en SER, más que en HACER.
Una vez que logras estar quieto y conocer a Dios, todo cobra una nueva dimensión. Analicemos ahora el resto del Salmo:
            Quién es Dios?
1 Dios es nuestro amparo y fortaleza,
nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.
2 Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida
y se traspasen los montes al corazón del mar;
3 aunque bramen y se turben sus aguas,
y tiemblen los montes a causa de su braveza.

Llegamos al conocimiento de que Dios es apoyo, fuerza y socorro oportuno.  No desaparecen las dificultades, pero sí el temor.

            Conciencia de otro mundo

4 Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios,
el santuario de las moradas del Altísimo.
5 Dios está en medio de ella; no será conmovida.
Dios la ayudará al clarear la mañana.
6 Bramaron las naciones, titubearon los reinos;
dio él su voz y se derritió la tierra.
7 ¡Jehová de los ejércitos está con nosotros!
¡Nuestro refugio es el Dios de Jacob!

Se toma conciencia de la realidad de otra ciudad, otra realidad, la cual sí es inconmovible (en contraste una tierra que puede ser removida, v.2). Nuestra ciudadanía está allí.

            Ver como él ve
8 Venid, ved las obras de Jehová,
que ha hecho portentos en la tierra,
9 que hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra,
que quiebra el arco, corta la lanza
y quema los carros en el fuego.

Dios nos invita: venid.  Nos invita a cambiar de posición, a reubicarnos, para que desde esa nueva ubicación seamos capaces de ver sus obras… ver lo que él ve.

10 «Estad quietos y conoced que yo soy Dios;
seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra».

11 ¡Jehová de los ejércitos está con nosotros!
¡Nuestro refugio es el Dios de Jacob!
Esa invitación al cambio de posición, encuentra su materialización a través de la oración.
III. LA ORACIÓN COMO POSICIONAMIENTO. Sal 8
La oración es el espacio que te permite volver a ocupar el lugar que te corresponde.  Desde ese lugar todo se re-enfoca.  La oración te sube a la montaña para que te veas desde allí y puedas darte cuenta de cuán pequeño eres; luego te baja y te hace levantar la mirada hacia el cosmos, para que desde allí puedas contemplar la grandeza de tu Dios.

3 Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que tú formaste,
4 digo: «¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria,
y el hijo del hombre para que lo visites?».
9 ¡Jehová, Señor nuestro,
cuán grande es tu nombre en toda la tierra!
Salmo 8

Cuando el salmista logra, a través de la contemplación (oración, diálogo con Dios sin palabras), reubicarse y obtener así una correcta perspectiva de sí mismo («¿Qué es el hombre…?»), expresa luego una correcta visión de todas las cosas: «cuán grande es tu nombre en toda la tierra».  Comenzó viendo los cielos, y terminó viendo a Dios en la tierra.  Dios ha escrito, con letras muy grandes, su nombre en la tierra; es sólo que no podemos ver… la oración nos permite posicionarnos en un mejor lugar de observación.
Pero la condición ineludible para llegar a ese lugar es la quietud y el conocimiento.
Quedarse quieto, dejar de ser Dios, para dejarlo a él ser Dios.  Abandonar la idea de que tú puedes hacerlo todo, conocerlo todo, solucionarlo todo.  Y para dejar que Dios sea Dios, debes bajarte de tu trono y renunciar a ese mundo irreal que te has construido.
Conocer a Dios; o más bien, re-conocer a Dios, volverlo a conocer, recobrar la memoria perdida en el Edén hace miles de años.  Entonces recordaremos quién es él, y quiénes somos nosotros.  Tendremos claro hacia dónde vamos y con quién estamos.  Esa conciencia la tenían Pablo y Jesús.  Cuando las circunstancias contradicen la verdad del Salmo 46.10: seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra, se hace difícil creer. Pero si acudes a la oración, te re-enfocarás.
 Pablo y Silas en la cárcel de Filipos
22 Entonces se agolpó el pueblo contra ellos; y los magistrados, rasgándoles las ropas, ordenaron azotarlos con varas. 23 Después de haberlos azotado mucho, los echaron en la cárcel, mandando al carcelero que los guardara con seguridad. 24 El cual, al recibir esta orden, los metió en el calabozo de más adentro y les aseguró los pies en el cepo.
25 Pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios; y los presos los oían. 26 Entonces sobrevino de repente un gran terremoto, de tal manera que los cimientos de la cárcel se sacudían; y al instante se abrieron todas las puertas, y las cadenas de todos se soltaron.
Hechos 16.22-26
¿Qué clase de oración sería esa? ¿Podían Pablo y Silas, en la oscura, húmeda y maloliente celda, desde su incómoda posición, ver las la «luna y las estrellas» del salmo 8?  ¿Qué veían, olían, sentían en ese momento?  ¿Cómo es que logran cantar desde esa posición?  La oración obró ese milagro.  A través de ella tomaron conciencia de otro lugar, de otra realidad, de otra condición, la cual no les podía ser arrebatada; sus pies estaban inmovilizados por el cepo, pero no así su ser interno, el cual era libre para transportarse a la realidad última: son salvos en Cristo, tienen vida eterna, hay gozo.
Veamos el otro ejemplo, el de Jesús ante Pilatos
7 Los judíos le respondieron:
—Nosotros tenemos una ley y, según nuestra ley, debe morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios.
8 Cuando Pilato oyó decir esto, tuvo más miedo. 9 Entró otra vez en el pretorio, y dijo a Jesús:
—¿De dónde eres tú?
Pero Jesús no le respondió. 10 Entonces le dijo Pilato:
—¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte y autoridad para soltarte?
11 Respondió Jesús:
—Ninguna autoridad tendrías contra mí si no te fuera dada de arriba; por tanto, el que a ti me ha entregado, mayor pecado tiene.
Juan 19.7-11

Conciencia de otro mundo… de otra realidad... de la verdad. Fíjense, lo que estaba en entre dicho era quién dice Jesús que es él; sin embargo, la pregunta de Pilato es: ¿de dónde eres tú?  Jesús ya había respondido a esa pregunta en el interrogatorio: «mi reino no es de este mundo» (Juan 18.36).   De donde viene Jesús, nadie más da las órdenes que el mismo Dios; la única autoridad que Jesús reconoce es la de su Padre; aún cuando Pilatos da la orden de crucificarlo.  Pueden macerar su cuerpo, pueden colgarlo de una cruz, pueden matarle… lo que no pueden matar es su espíritu, su realidad última: es el Hijo de Dios, Rey del Universo.

CONCLUSIÓN
¿Cómo lo logro?
1. Cambia tu manera de ver la oración.  Acude a ella como esa valiosa oportunidad de comunión con Dios que te permitirá re-enfocarte.  Tomar una nueva posición desde la cual todo se verá diferente.
…la oración se ha vuelto para mí mucho más que una lista de compras que demandar de Dios, se ha vuelto una reordenación de todo. Yo oro para restaurar la verdad del universo, para obtener un pequeño vistazo del mundo, y de mí, a través de los ojos de Dios.  
La oración es el acto de ver la realidad desde el punto de vista de Dios.
Philip Yancey, Prayer: Does It Make Any Difference?, p. 29, Zondervan
2. Haz un alto, quédate quieto… admite tus fracasos, tus debilidades y tus limitaciones. Suelta las cosas.
3. Bájate del trono. Ríndete. Has estado ocupando un lugar que no te corresponde. Re-conoce a Dios; déjalo ser Dios.
Resultados
1. Esa oración restaurará la verdad del universo, nos traerá a la memoria una realidad contradicha por las circunstancias.  Jesús dijo: “Yo soy la verdad” (Juan 14.6).  La verdad es una persona, es Jesús.  Y cuando Jesús está en medio todo cambia.  En el episodio de Jesús y sus discípulos en una barca que está a punto de naufragar a causa de la tempestad, la verdad está dormida plácidamente.  Las circunstancias son precarias… hay miedo…  —¡Maestro!, ¿no tienes cuidado que perecemos? Él, levantándose, reprendió al viento y dijo al mar: —¡Calla, enmudece! Entonces cesó el viento y sobrevino una gran calma”.  (Marcos 4.35-41)

2. Esa oración te recordará quién eres y hacia dónde vas. Conciencia de otro mundo:
Respondió Jesús [a Pilatos]:
—Mi Reino no es de este mundo; si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí.
Juan 18.36


Rev. José A. Soto

lunes, 6 de diciembre de 2010

Simonía ¿Secta antigua?


Simonía
¿Secta antigua?

Todos conocemos el famoso pasaje de Hechos 8.4-25, en donde se relata la "conversión" de Simón el mago. Simón era un comerciante, pero no uno cualquiera, sino uno que comerciaba con el producto más delicado a los ojos de Dios: el alma humana. Simón engañaba a la gente con su magia para hacerla creer que él era alguien de importancia en el reino de Dios. Simón no hacía acepción de personas; dirigía su campaña de mercadotecnia a todos los grupos: "desde el más pequeño hasta el más grande" (v.10). El impacto de su campaña era tan fuerte que llegó a ser conocido como "el gran poder de Dios".  Simón hacía todo esto con un solo propósito: enriquecerse a costa de la ingenuidad de ciertas personas. A este maligno propósito se le llegó a conocer como simonía.

Lastimosamente no estamos hablando de una secta antigua, sino de una secta que ha perdurado a lo largo del tiempo bajo muy diferentes disfraces. Hoy día la secta está más fuerte que nunca. Pero lo más preocupante es constatar que el pueblo de Dios sigue siendo ingenuo, y sigue llamando "gran poder de Dios" a lo que en realidad es el gran poder de Satán. Simón se ha multiplicado por miles, y son muchos los que permanecen atentos (vv.10,11) a todos sus mensajes.

Seguimos teniendo magos que con sus artes mágicas engañan a muchos y por mucho tiempo (v.11). Le hacen creer a la gente que son ”alguien importante" cambiando de cuando en cuando sus nombres; van mudando de "siervos" a "pastores", de "pastores" a "profetas", a "apóstoles", a "ungidos"... y así hasta hacerle creer a todos que son "el gran poder de Dios".

Cuando Simón vio lo que hacían los apóstoles, su espíritu mercantilista se despertó. Si con magia lograba engañar a todos, qué no haría si tuviera el don del Espíritu Santo. Simón no quería el Espíritu Santo para convertirse en siervo útil en las manos de Dios, sino para vender su "presencia" entre la gente.

Los simonistas de ahora siguen el mismo patrón, sin embargo, la multitud no se da cuenta; al contrario son más ingenuos que nunca. "El gran poder de Dios" y la manifestación del "Espíritu Santo" se les vende a cambio de una módica suma semanal, quincenal o mensual, pero no son capaces de discernir el espíritu mercantilista. No son capaces de recordar que la salvación y todos los dones y favores que Dios ofrece a su pueblo son de gratis: «Sanen también a los enfermos. Devuélvanles la vida a los muertos. Sanen a los leprosos, y expulsen demonios de la gente. ¡No cobren nada por hacerlo, pues el poder que Dios les dio a ustedes no les costó nada! Tampoco lleven dinero ni provisiones para el camino. No lleven bastón ni zapatos de repuesto ni ropa para cambiarse. Porque todo trabajador tiene derecho a su comida» (Mateo 10.8-10, TLA).

Se me revuelven mis entrañas cuando veo y oigo a los simonistas de nuestra era, por eso uno mi voz a la del apóstol Pedro, y al simonista descarado le digo: «¡Vete al infierno con todo y tu dinero! ¡Lo que Dios da como regalo, no se compra con dinero! Tú no tienes parte con nosotros, pues bien sabe Dios que tus intenciones no son buenas» (vv.20-21, TLA).

miércoles, 10 de noviembre de 2010

La verdadera prosperidad


Salmo 73

Milagro

El milagro de la vida
como un chorro de venas
abiertas,
de ríos abiertos,
de cielos ardiendo
en todos los tonos de azul.

La vida en absoluta sencillez
de capullo y mariposa:
un hijo de agua
nace de la piedra
un vuelo de águila
inventa la intensa libertad.

Como quien busca agua
fría y sonora
en el pozo detrás de casa,
poseer apenas lo esencial,
poseer
no el pájaro sino el vuelo
no los peces sino el rumbo del río.

Y todo pueda ser
felicidad y vida.
                                    Roseana Murray[1]



«Poseer apenas lo esencial», así define esta poetiza la felicidad y la vida. Pero esta definición no goza de popularidad en nuestros días. Nadie quiere el «vuelo», sino los pájaros; nadie quiere «el rumbo del río», sino los peces. Y entre más pájaros y peces tengas, mejor. Hoy contemplamos a una sociedad llena de ambición desmedida. Y la iglesia no escapa de esta ambición. Ya casi nadie recita en nuestras iglesias aquellos famosos versículos de Proverbios:

16 Más vale ser pobre y obedecer a Dios
que ser rico y vivir en problemas.
17 Las verduras son mejores que la carne
cuando se comen con amor.
Proverbios 15.16 (TLA)[2]

8 Más vale ser pobre pero honrado,
que ser rico pero tramposo.
Proverbios 16.8 (TLA)


Y cuando algunos no llegan a tener los «pájaros y los peces», se frustran y comienzan a albergar dudas en cuanto al amor y bondad de Dios.  Y se declaran NO FELICES.

Déjame hacerte algunas preguntas: ¿Alguna vez te has sentido como que Dios no te quiere? ¿Habrás en alguna ocasión pensado que Dios no es bueno contigo, que no te trata bien? Quizás en algún momento te has dicho a ti mismo que de nada sirve ser bueno.  ¿Qué te ha hecho pensar así?

Muchas veces estos pensamientos son provocados por una profunda crisis de fe que tiene su origen en la comparación de nuestras vidas con las de aquellos que no aman a Dios, o peor aún, con la de aquellos que dicen amar a Dios y viven en una prosperidad material que levanta la envidia de todos.

Estos pensamientos son reforzados hoy cuando vemos todo el auge que la teología de la prosperidad está teniendo en nuestro medio. La verdad es que en la búsqueda de la prosperidad los cristianos no están solos, sino bien acompañados por miles de personas que están dispuestas a todo con tal de lograrlo. Nuestro país se ha visto impactado por las noticias de corrupción en las altas esferas políticas de nuestro gobierno.  Estas noticias, aunque son de impacto, no nos sorprenden, pues nuestro país ha dejado de lado los valores más nobles e importantes que fueron una norma en la vida de nuestros abuelos. Valores presentes en nuestro himno nacional:


En la lucha tenaz de fecunda labor
que enrojece del hombre la faz,
conquistaron tus hijos –labriegos sencillos—
eterno prestigio, estima y honor.

¡Vivan siempre el trabajo y la paz![3]


Hace mucho tiempo que nuestra sociedad viene cambiando. Se dice que no nos gusta el trabajo arduo, y que nos gusta el dinero fácil. Ya nadie se contenta con lo básico, y los sueños del tico ya no son los que se expresan en la famosa canción popular:

Caña dulce

Caña dulce pa moler
cuando tenga mi casita:
¡Oh, qué suerte tan bonita
que pa mí tendrá que ser!

Cuando apunte el verolís
y yo viva con mi nena,
no tendré ninguna pena
y seré siempre feliz.

Tendré entonces mi casita
y una milpa y buenos güeyes,
y seré como esos reyes
que no envidian ya nadita.

Con mi Dios y mi morena,
caña dulce y buen amor,
esta vida noble y buena
pasaré sin un rencor.[4]


 Y cuando uno escucha entre corredores de la corrupción en ciertos medios llamados cristianos, y por qué no admitirlo, de la corrupción en ciertas iglesias que se autodenominan del Señor, el corazón se llena de dolor, confusión y tentación.

¿Por qué prospera el malo, y arrastra con él a gente del pueblo de Dios? Con profundo dolor he visto a buenos amigos y muchos creyentes dejar las filas de la sana doctrina para ir en pos de la tentadora «prosperidad». La verdad, no alcanzo a comprender el por qué Dios lo permite, pero lo cierto es que toda esa situación me sumerge en una búsqueda por reafirmar mi fe, mi teología y mi identidad cristiana.

Ya hace muchos años, antes de que apareciera esta teología como tal, hubo un salmo que me ayudó a reafirmar mi fe cuando esta se vio cuestionada con la pregunta: ¿por qué al malo le va tan bien, y a mí no? Hoy he vuelto a él en busca de afirmación; bueno, para ser exacto, busqué el viejo sermón que había hecho basado en él, pero por suerte no lo encontré, a pesar de que hacía unos días lo había visto por allí. Digo por suerte porque eso me obligó a volver a estudiarlo con más calma y a ver detalles que antes habían escapado a mis ojos.

El Salmo 73 nos dice que la felicidad o el bien tienen su origen en la certeza de la presencia de Dios en medio del temor y el sufrimiento, y está muy lejos de lo que hoy muchos entienden como prosperidad material o éxito.

Estar bien significa vivir en absoluta dependencia de Dios, haciendo de nuestra relación personal con Dios nuestro refugio (Salmos 2:12; 73:28). Significa renunciar a la búsqueda de la felicidad en uno mismo. Tal como el Salmo lo indica, el bien supremo es disfrutar de la presencia de Dios (v. 28). Es llegar al punto en el que se puede cantar con absoluta certeza las estrofas del Himno 330 de nuestro himnario bautista:

Ya venga la prueba o me tiente Satán,
No amenguan mi fe ni mi amor;
Pues Cristo comprende mis luchas, mi afán
Y su sangre vertió en mi favor.

La fe tornaráse en gran realidad
Al irse la niebla veloz;
Desciende Jesús con su gran majestad,
¡Aleluya! Estoy bien con mi Dios.[5]


El mensaje del Salmo 73 tuvo especial relevancia durante los años posteriores al exilio, cuando el pueblo reducido a la esclavitud no entendía su suerte y se veía tentado a claudicar para ir en pos de la prosperidad que ofrecían los dioses babilónicos. El ejemplo de Asaf serviría de modelo para todo un pueblo que vivía confrontado con la prosperidad de los malvados.

Una lectura detenida y cuidadosa nos mostrará que este salmo tiene una estructura concéntrica, es decir, su mensaje o punto de giro está en el centro. En el centro de este salmo vemos como el salmista sufre una transformación radical en su perspectiva de las cosas. Es claro que el salmo se divide en tres secciones, las cuales están marcadas por la partícula hebrea ‘ak, que se traduce como «ciertamente». Esta partícula se encuentra en el versículo 1, 13 y 18. En la versión de Reina-Valera, revisión de 1995, esto no se aprecia bien porque en el versículo 13 la traducción que hicieran de la misma partícula en el versículo 1 la cambian por «verdaderamente». También causa sorpresa que en esta versión traducen la expresión ki hine del versículo 27 como «ciertamente». No es un error de traducción estrictamente hablando, pues semánticamente las dos expresiones son sinónimas, pero habría sido mejor traducir la expresión del versículo 27 como «verdaderamente», y la del versículo 13 como «ciertamente», pues de esta manera el lector se percataría de la estructura más fácilmente. Aclarado esto, sigamos con la estructura del salmo. Las tres secciones tienen además una métrica que viene a reforzar la idea de una estructura concéntrica, y nos permiten bosquejar el salmo de la siguiente manera:

I.              El problema (vv. 1-12; compuesto de 12 líneas poéticas en el hebreo)
1.    la crisis del salmista (vv. 1-3; 3 líneas poéticas)
2.    la prosperidad del impío (vv. 4-12; 9 líneas poéticas)
II.            Punto de cambio (vv. 13-17; 5 líneas poéticas)
III.           Solución del problema (vv. 18-28; 12 líneas poéticas)
1.    la crisis del impío (vv. 18-20; 3 líneas poéticas)
2.    la prosperidad del salmista (vv. 21-28; 9 líneas poéticas)

En los primeros tres versículos el salmista presenta el problema de una manera muy contrastante. Abre la sección con un dicho o estribillo que probablemente fue muy conocido y usado en Israel: Dios es bueno con los israelitas de limpia conciencia. Recuerdo que hace unos años, cuando nos visitaron unos hermanos de una iglesia de Estados Unidos, para ayudarnos en un proyecto de construcción, nos regalaron una frase que era un lema en su iglesia, y que desde entonces nosotros acuñamos como propio en la nuestra: Dios es bueno en todo momento y aún más (God is good all the time and then some).  Esta frase se repite mucho en esa iglesia, y yo la repito siempre, cada día, aunque ahora estoy en otra iglesia. Sí, Dios es bueno. Pero al igual que el salmista, algunas veces dudamos de la veracidad de esa frase. Por supuesto, el problema no está en Dios, sino en lo que nosotros entendemos por «bueno», tov. Esta palabra nos habla de lo que es la bondad, el bien. Para el salmista, en un principio, Dios sería realmente bueno si le diera una prosperidad semejante a la de los impíos, y justamente allí es donde casi termina por caer. Su fe en la bondad de Dios entró en crisis cuando se comparó con los impíos.

En los versos del 4 al 12, el salmista nos describe cómo valoraba él la vida del impío, tratando de enfatizar el hecho de que a pesar de llevar un estilo de vida de arrogancia y opresión (vv. 6, 8 y 9) parecen vivir en la impunidad (vv. 4-5, 7, 9, 12).  Esto no ha cambiado mucho en nuestros días, el patrón parece seguir siendo el mismo: son gente que viste prendas muy finas o de marcas de renombre, que lucen mucho oro en sus cuellos, muñecas y dedos, que viven comiendo en los mejores restaurantes y habitando lujosas mansiones. Sus automóviles son siempre del año y de marca europea. Su vocabulario está lleno de mentira y blasfemia, y parecen tener un poder ilimitado.

La parte más dolorosa del análisis surge del versículo 10, el cual presenta dificultades para ser traducido con exactitud. Literalmente, el hebreo podría leerse así: Por eso su pueblo se convierte en este punto. En esta frase se encuentra una palabra hebrea teológicamente importante, shub, volverse, convertirse. Es la palabra que se usa para hablar de la conversión de la persona, del cambio de actitud o de dirección. Lo que inferimos es que el impío atrae a gente del pueblo de Dios hasta convertirla en seguidora de su estilo de vida, y llegar a disfrutar de las recompensas descritas en los versículos 4-5 y 7 (la nota que aparece en la RVR95 dice: Otra posible traducción: Por eso mi pueblo se vuelve hacia ellos y bebe sus aguas a raudales). La regresión es tan severa que se unen a los impíos en su abierta confesión de impunidad: Dios ni se da cuenta (v. 11). 

¡Que dolor tan grande! Me duele ver a muchos de mis amigos y hermanos, excolegas y excompañeros de seminario convirtiéndose al nuevo estilo de la vida próspera. Y a la verdad, prosperan, sí prosperan. Cambian de barrio a condominio, de carro a coche, el color de sus tarjetas de crédito cambia de color, se llenan de anillos, pulseras y cadenas, frecuentan los mejores restaurantes, las «mejores» iglesias, y se codean con los grandes. Uno de estos amigos que con dolor he visto partir, ha dicho que él es tan fiel que Dios le concede hasta el más mínimo de sus caprichos. El salmista no nos dice de dónde surgen esas aguas a raudales que ahora disfrutan, pero una cosa se afirma categóricamente: NO VIENEN DE DIOS.

Llegamos al versículo 13, donde el salmista vuelve a emplear la frase «ciertamente». Pareciera decirnos: «en mi pueblo se repite una y otra vez la frase  “ciertamente Dios es bueno”, pero cuando uno ve cómo viven los impíos, llega a otra conclusión: “ciertamente de nada sirve ser bueno”». Aquí se usa la frase riq, en vano, inútil, vacío) en contraste con tov, bueno; vv. 1 y 28.  Para el salmista no tenía sentido seguir siendo fiel y entró en crisis (vv. 2-3). Mientras que el impío «no es azotado» (v. 5), él era «azotado todo el día» (v. 14).

¿Qué lo hizo cambiar o resistir a la tentación de convertirse en un seguidor más de la prosperidad? El salmista buscó a Dios y conversó con él. Hasta ahora en el Salmo, el autor no se había dirigido a Dios. Su encuentro con Dios lo ayudó a encontrarse a sí mismo, reafirmando su identidad y fe en su pertenencia a la familia de Dios.

El salmista entró en una profunda meditación: «Cuando pensé para saber esto, fue duro trabajo para mí». Algo lo perturbaba, algo le decía que lo que estaba a punto de hacer no estaba bien. Si se convertía a la prosperidad, se convertiría en un traidor de la familia de Dios. Engañaría a sus hermanos y los haría dudar también.  Finalmente su sentido de identidad como persona perteneciente al pueblo de Dios le ayudó a salir de su crisis. Fue así que luego en adoración todo cobró sentido (v. 17). Cuando el salmista se sintió en la presencia de su Dios se le aclaró el entendimiento: él era el hombre más rico del mundo; tenía a Dios y eso le daba seguridad.

Es aquí donde se da su transformación. Nótese que hablamos de la transformación del salmista, no de sus circunstancias.  En un principio sintió que se deslizaban sus pies, que estaba en terreno resbaladizo (vv. 1-3) y el impío tenía seguridad (vv. 4-12), ahora el impío pisaba terreno resbaloso (vv. 18-20) y el salmista estaba seguro (vv. 21-28). Se dio una transformación del entendimiento, no de sus circunstancias.

Ahora el salmista se daba cuenta de que la aparente prosperidad del impío no era verdadera, sino ilusoria como un sueño. Era un mundo basado en las apariencias. Antes el salmista envidió el shalom, paz, prosperidad; (v. 3) del impío, pero ahora comprendía que su aparente prosperidad no era verdadera, y descubre una paz y prosperidad no como el mundo la da (Juan 14.27). Esa paz tiene su fundamento en la certeza de la presencia de su Dios en la vida: «yo siempre estuve contigo» (v. 23); lit. «y contigo no deseo nada más en la tierra» v. 25).

Es importante notar que el salmista ahora reconoce que Dios es su jalak;; su porción. Esta palabra se usa en el Antiguo Testamento para referirse a la porción de tierra que recibiría cada israelita al llegar a la tierra prometida, y llegó así a ser símbolo de vida y futuro. Ahora que ha comprendido que posee la porción más importante: a Dios mismo (véase Números 18:20; Salmo 119:57; Lamentaciones 3:24), entiende cuál es la verdadera prosperidad. Él sabe que su carne y corazón pueden desfallecer, pero en su corazón hay una presencia firme como una roca: la presencia eterna de su Dios.

En los dos últimos versículos, 27 y 28, el salmista nos revela de manera más clara lo que es la verdadera prosperidad. La muerte es esencialmente verse separado de Dios. Si te alejas de Dios y sus mandamientos sólo encontrarás muerte. La frase «en cuanto a mí», en el verso 28, hace eco del verso 2, en donde el salmista daba cuenta de su terrible crisis; mientras que la repetición de la palabra «bueno» o «bien» (en el hebreo es la misma palabra), nos lleva al versículo 1. Esto hace que el marco se cierre y nos complete la estructura concéntrica. El salmista ha dejado en claro lo que realmente significa la frase «Dios es bueno para con Israel».

Que Dios es bueno no tiene nada que ver con la prosperidad material y la vida fácil del impío. La esencia de la bondad de Dios en la vida del creyente es estar cerca de él (Deuteronomio 4:7; Salmo 75:1; 145:18), para que sea nuestro refugio (Salmo 46:1). El salmista conoce ahora la verdad, y la verdad lo ha hecho libre para anunciar todas sus obras (v. 28c).
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Quiero terminar citando al Eclesiastés:

La vida es difícil de entender
9 Me he dedicado a tratar de entender todo lo que se hace en esta vida, y he visto casos en que unos dominan a otros, pero que al final todos salen perjudicados. 10 También he visto que sepultan con honores a gente malvada, y que a la gente buena ni en su propio pueblo la recuerdan. ¡Y esto tampoco tiene sentido! 11 Cuando al malvado no se le castiga en seguida, la gente piensa que puede seguir haciendo lo malo. 12-13 Tal vez haya gente malvada que peque y vuelva a pecar, y viva muchos años, pero yo sé que no les irá bien ni vivirán mucho tiempo. Pasarán por la vida como una sombra, porque no respetan a Dios. En cambio, a quienes aman y obedecen a Dios les irá mejor.
Eclesiastés 8.9-13 (TLA)


José Soto Villegas
01 de octubre del 2004


[1] Tomado del libro Un Dios para el 2000, de Juan Arias, Editorial Desclée, página 37.
[2] Biblia Traducción Lenguaje Actual, de las Sociedades Bíblicas Unidas
[3] Segunda estrofa y última línea del Himno Nacional de Costa Rica, escrito por José María Zeledón
[4] Caña Dulce, canción popular de Costa Rica, escrita por J. J. Salas Pérez
[5] Del Himno 330 del Himnario Bautista de Casa Bautista de Publicaciones.