domingo, 31 de octubre de 2010

CON LOS OJOS BIEN ABIERTOS

“El límite de mi mirada es el límite de mi mundo".
De un tiempo para acá ya no puedo orar con los ojos cerrados como solía hacerlo.  Creo que comenzó con mi breve estadía en Santa Elena.  Allí mis devocionales se hicieron más intensos y ricos.  La belleza del lugar, con su cielo azul y amplio, el viento, el frío, el sol, el verde de la hierba y los árboles, me invitaban a orar con los ojos abiertos, y creo que me acostumbre.  La otra razón se la atribuyo a mis caminatas de meditación por los alrededores, algunas veces solo, y otras, acompañado por Marlene.  ¡Es difícil caminar con los ojos cerrados!
Meditar mientras se contempla la increíble belleza de la naturaleza, mientras se camina y se busca en tu interior para mirar la belleza de tu ser y la de otros.
¿Por qué oramos con los ojos cerrados?  Será que al cerrarlos podemos ver a Dios mejor de como lo haríamos con los ojos abiertos.  Acaso los cerramos para poder concentrarnos, para poder aislarnos del mundo y poner toda nuestra atención en nuestro articulado discurso ante la presencia del gran Dios.
Y, ¿por qué no con los ojos bien abiertos? 
Orar se ha convertido para mí en algo más que elevar peticiones y alabanzas.  Orar es más bien una actitud y un medio a través del cual mantener viva mi relación personal con el Creador.
¿Por qué orar con los ojos abiertos?
Orar con los ojos bien abiertos me permite ver aquello que muchas veces pasa desapercibido: la presencia de Dios en todo.  Es muy diferente orar desde la realidad que me toca vivir a cada momento.  Es muy difícil ver a Dios en medio de cada momento vivido en la realidad. 
El dolor, el sufrimiento, el hambre, la miseria, la soledad, el sin sentido, la traición, la enfermedad, el abandono, la suciedad… son realidades que nos impactan y nos hacen dudar de esa divina presencia en todo.  Orar con los ojos bien abiertos me obliga a ver lo que muchas veces no quiero ver: que el ausente soy yo. 
Cuando entramos en oración, siento que Dios nos hace una pregunta: «¿Qué hay de nuevo? ¿qué has visto?»   Y creo que su interés es hacernos caer en cuenta de si hemos visto lo que él ve.

No todos los ojos cerrados duermen, ni todos los ojos abiertos ven.
Bill Cosby.

No quiero hacerles pensar que orar con los ojos cerrados está mal.  No todos los ojos cerrados duermen, es decir, no todos los que oran con los ojos cerrados están ciegos a la realidad.  Sin embargo, sí es bien cierto que no todos los ojos abiertos ven.   Y creo que de allí nace mi preocupación.
5 ¡Venid y ved las obras de Dios,
las cosas admirables que ha hecho por los hijos de los hombres!
Salmo 66.5
El salmista nos invita a ver.  ¿Cuán cerrados pueden estar nuestros ojos?   Las cosas admirables que ha hecho por los hijos de los hombres, ¡cómo suena eso en los oídos de la madre que ha perdido a su hija en un accidente sin sentido, bajo las ruedas de un conductor ebrio?  Cómo suena a un padre que no tiene alimento que poner en la mesa.  A un muchacho que no encuentra salida a su adicción, a un hombre joven que sufre de cáncer terminal, al que duerme en un basurero, al que muere de frío en una banca del parque.  ¿Cuán cerrados pueden estar nuestros ojos?
Peor aún, ¿cuán cerrados pueden estar nuestros ojos cuando vivimos en la opulencia, cuando nuestra riqueza nos hace pensar que nos lo merecemos, cuando la riqueza nos puede hacer olvidar de los que no tienen?   Creo que nada nos ciega más que la riqueza. 
Desde mi ventana en Yorkville, sólo veo riqueza, casas enormes, amplias, bellísimas, y la nieve les agrega un encanto casi mágico.  Hace una hora que llegué del culto de resurrección en la iglesia luterana Grace en Glen Ellyn, a unos cincuenta kilómetros de la casa en donde estoy.  Cincuenta kilómetros… y no pude ver ni una sola casita humilde… ni una basurita en sus calles… no hay tugurios… ni borrachitos… ni piedreros… no hay basura acumulada como en Tibás… ni un solo gajo en las calles… no hay desorden…   estoy en shock! 
¿Será que Dios sólo hace cosas admirables para los gringos?   Por supuestos que no, pero que fácil es volverse ciego en medio de la opulencia.
No sólo entré en shock, sino que me dio nostalgia.  Nostalgia por mi gente, por mis amigos y por mis seres queridos.  Es fácil anestesiarse cuando se está en compañía de los iguales.  Dice un dicho por allí…  mal de muchos, consuelo de tontos.   ¿Sería eso?  Creo que sí, quería cerrar mis ojos y no ver tanta belleza, quería estar con los míos y olvidarme de que existe otro mundo…  uno que me parece inalcanzable… prohibido… negado.  Culpabilidad?… tal vez!
¿Cómo ver en un mundo tan diverso? ¿Cuál es la medida justa de la realidad? ¿Cómo ver  en un mundo tan disparejo, tan mal balanceado?  Y más importante aún, ¿cómo ver a Dios en él? 
En medio del culto de la mañana, entre el Aleluya de Handell y la comunión del pan, un pasaje me vino a la memoria: el de Jesús y los discípulos en el camino a Emaús (Lucas 24.13-35).
Dos discípulos en un camino lleno de frustración, de derrota, de vergüenza. Sus ojos estaban cerrados.  Jesús mismo se acercó, y no pudieron verlo. ¿Caminaban acaso con los ojos cerrados?  No.  ¿Caminaban con los ojos abiertos? No. No pudieron verlo.  Jesús caminaba con ellos el camino del dolor y la frustración, pero no pudieron verlo.   ¿Qué se hizo necesario para abrir los ojos de estos caminantes? 
Jesús los invitó a considerar las Escrituras.  La Palabra de Dios siempre nos abre el entendimiento, nos puede hacer empezar a sentir el calor de la presencia divina. Pero algo más se requirió.  Jesús compartió el pan con ellos: allí les fueron abiertos sus ojos. Comunión.  ¡Qué palabra más hermosa!  
Compartir el pan, tiene en ese pasaje, la intención de reflejar el rito de la Cena del Señor, a la cual los luteranos llaman Comunión.  Compartimos todos una misma naturaleza:
1 Yo, pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados: 2 con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, 3 procurando mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz: 4 un solo cuerpo y un solo Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; 5 un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, 6 un solo Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos y por todos y en todos.
Efesios 4.1-6
¡Vaya pasajito, verdad!!!
Compartir el pan: ser uno en Cristo.  El rico y el pobre, juntos comiendo pan… ¿cuál es el rico… cuál es el pobre?   Acaso puede el rico comer pan con el pobre y olvidarse que al salir el uno vuelve a su casa con calefacción, alfombra y una alacena  llena de alimento, y el otro vuelve a su miseria. Acaso puede el pobre comer pan con el rico y olvidarse que al salir, aquel, a pesar de su riqueza, no lo tiene todo. NO.  En la verdadera comunión eso no tendría lugar.  En la comunión se nos abren los ojos para ver que Jesús es Señor de todos por igual, que somos nosotros los que rompemos la comunión al negarnos a compartir el pan.
¡Abre nuestros ojos, Señor!   ¡Déjame ver como tú ves!
Un solo Dios, y Padre de todos.  ¿Lo ves?  Cuando los discípulos le pidieron a Jesús un tallercito sobre cómo orar, él les enseñó el Padre Nuestro….  Padre nuestro…  hijos tuyos…  hermanos míos.      
Abre mis ojos, oh Cristo
Abre mis ojos te pido
// Yo quiero verte //

Derrama tu amor y poder
Mientras cantamos santo, santo
/// Santo, santo, santo ///
// Yo quiero verte //

Verte Señor en el rostro de mi hermano, de mi hermana.  Con toda su imperfección… no puedo cerrar mis ojos: algunos me han ofendido, otros me han traicionado, otros me han olvidado, otros me han perseguido.  Orar con los ojos bien abiertos:  Padre nuestro…  hijos tuyos…  hermanos míos.   Otros me recuerdan, otros me aman, otros oran por mí, otros me alaban…  Padre nuestro… hijas tuyas… hermanas mías.
¡La comunión!  ¡Cómo me habría gustado compartir este domingo de resurrección con mis hermanos y hermanas!
¡Que hubiésemos cantado con los ojos bien abiertos!  ¡que hubiésemos ofrendado con los ojos bien abiertos!  ¡que hubiésemos escuchado la Palabra con los ojos bien abiertos!  ¡que hubiésemos tomado el pan y el vino con los ojos bien abiertos!
Orar con los ojos bien abiertos.
--¡Aquí estoy, Señor!
--¡Que hay de nuevo?  ¿Qué has visto?
--A ti, Señor, te he visto a ti.
--Sí.
--¡Sí!   Te he visto en mi madre pegada a su máquina de coser en procura del pan para mí y para mis hermanos.  Te he visto en mi esposa cuando me acepta a pesar  de lo que soy.  Te he visto en mis hijas y en mi hijo, cuando me dicen Papi.  Te he visto en cada plato de comida que he tenido en mi mesa.  Te he visto en mi hermano Luis al morir.  Te he visto en los hijos de mi madre… mis hermanos y hermanas.  Te he visto en mis amigos y amigas... y en los que dicen serlo. Te he visto en la iglesia... en mi hermano y en mi hermana.  Te he visto en cada copo de nieve.  Te he visto en cada casa hermosa.  Te he visto en cada calle limpia y ordenada.  Te he visto en aquel ranchito de El Salvador, donde vivían 12 de mis hermanos y hermanas.  Te he visto en la casita humilde de mi madre.  Te he visto en el rostro de Guabi al ser liberado de su adicción.  Te he visto en el rostro de Amadita.  Te he visto en Cinco Esquinas.  Te he visto en Heredia.  Señor, te he visto… te he visto!
¡Comunión con los ojos bien abiertos!
Yorkville, Domingo 23 de marzo, 2008
Feliz domingo de resurrección
José Soto

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